Que ni tú ni yo, éramos tan diferentes.

Viviamos de la noche, las locuras y el alcohol. De lo malo y de lo nuevo. De las sombras, el viento y las olas del mar. Confiábamos en la luz de la luna, en la calidad de la realidad y en las cutres mentiras ajenas. Fingíamos ser felices, no ocultar nada tras una hipócrita sonrisa. Apostamos por volar al ras del suelo y por caminar por encima de las nubes. Matábamos por un ligero toque de atención, un entretenimiento pasajero o una botella de vodka vacía. Creíamos que el amor era para perdedores, y acabamos perdiendo.

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