Muros de roca dura.

La sangre invisible del hombre sin heridas, la belleza inhumana de las cosas normales, la oscuridad que arde en la palabra noche, el agua rota junto a la botella caída y el amor que transforma la ceniza en madera.

Silencio en un espacio abierto. Locura contenida en las venas, esas venas que por ti ya no llevan sangre. El mismo silencio que grita en tu corazón haciendo un eco sonoro. Vacía, estás. Ya no sientes. Han quemado todo ese rastro de belleza que ibas dejando a tu paso. Ese rastro de felicidad que el viento se llevó junto a los restos de las lágrimas vistas por la luna. Esa luna que te conduce por el camino de las malas lenguas. Ese camino, que barrerá todas tus murallas invisibles para convertirlas en muros de roca dura. Pero grita. Grita sin que nadie más lo escuche..., salvo tú. Grita esperando romperte en mil pedazos que estallan contra el suelo. Al igual que las miradas que se posan sobre ti, cual puñal sangriento. 

Ya no hay belleza en tu mirada, ni susurros en tu nuca, No hay sonrisas en tu rostro... ni siquiera imaginadas. Ya no te queda franqueza en tu aliento, el mismo que te robó el tiempo. El tiempo y sus andanzas. Sus torpes tropiezos que te hicieron caer esa vez en el abismo del secreto. En el hueco del silencio absoluto. El mismo que domina un espacio abierto.