Decían.

(HND)

Decían de sus ojos que ni el cielo a finales de Agosto podría hacerle competencia. Que tenía mandarina, y limón, y sandía mezclándose en su verde mar y ni siquiera el mar que le moja los pies, podría hablar de sí mismo sin nombrarla.

Decían que en su ombligo estaba el kilómetro 100. O que podías ir a cien por sus piernas y repostar en su ombligo. Que en su tripa se posaban en braile, en decenas de lunares, la declaración de amor más bonitamente dolorosa. Y que a cada lado de su cintura, tenía los sueños de cada hombre que la sonrió en el mes de Abril.

Decían de sus labios que guardaban más mentiras que secretos, y todo aquel milagro que supone que las fresas se posen sobre su boca. Que podía besar frente, y mejillas, y nucas, y dar las buenas noches cuando aún era de día.

Decían de su pelo que guardaba más de tres verano en cada mechón moreno. Y que tenía los olores del otoño en las puntas, rozándole el cuello. Que el viento deshacía el amor con ella, esperando que viniera otro poema a follarla. 

Para luego escribirlo. 

Y hacerse daño.

Decían de sus manos, y de sus rodillas, lo que nadie había hablado en ningún libro. Que podía volar con sólo ponerse de puntillas sobre los pies de una canción. Que podría escribir la naturalidad de un parpadeo en tres palabras, y sólo necesitaría tu nombre y nuestros apellidos.

Decían de su nombre, y de sus pecas, que bien podría romper más mundos que corazones. O moverlos. Que podría despejar el cielo de nubes y subir por las noches para mancharlo todo de desastres.

Decían de ella, de mi ella, que era la mejor curva dónde matarse. Y yo me reía. 

Mira que no haberse colgado nunca de sus pestañas...