26.03.2014
Tras
mi primer viaje a México decidí que en mi próxima vida sería estudiante de
botánica. Que viviría únicamente en primavera y me colgaría de las perchas de
los armarios en invierno; para que tú, buscando calor, me pegaras a tu piel
hasta dejarte marca. Decidí también, que las bañeras serían submarinos y los
ramos de flores tendrían el mismo intervalo de vida útil que tiene un gato. Con
sus lunas muriendo en occidente siete veces al parpadeo más lento. Decidí que
tu barba contendría magia y a todas las olas del mar que no quieran morir, pero
sí a tus pies. Que las alcantarillas serían ventanas del grito y los libros
sólo una escama más de mi cola de sirena. Que no cerraríamos nunca la puerta, y
que dejaríamos siempre el cigarro sin terminar.
Tras
mi primer viaje y mi primera cajita de recuerdos, me dijiste que en tu próxima
vida serías analista. Que vivirías con los ojos fijos en los cuadros y que me
verías a mí en cada falda y en cada vuelo. Que verías un abrazo nuevo dentro de
uno mío, y que jamás te llevarías las llaves: te gusta verme abrir la puerta
desnuda. Me dijiste que sabías dónde caía exactamente la línea divisoria entre
la animadversión y el amor, y no usaste la palabra odio para referirte a mi
vida, ni a mi ropa, interior.
Tras
mí primero, siempre dejabas pasar un beso y un olor a rosa, y después pasabas
tú. Con la vista en mis piernas infinitas y tu dedo dibujando unos labios
nuevos sobre los míos, que se abrían a la misma vez y pronunciaban tu
nombre en silencio.
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