A million miles away.

Hace mucho que no escribo para que lo entienda alguien que no sea yo, y no sé si tú, siendo sentimiento, te vas a reconocer en cada palabra. Pero te prometo que esto es sólo una vez al año, P.
Gracias por no dejarme caer.


He intentado de muchas formas hablar de amor sin nombrarlo, y lo único que he conseguido es hablar de principios como si las historias nunca necesitaran un final. Como si pudiesen quedarse paradas en mitad de la nada sin quejarse, sin buscar por sí mismas un final que se parezca a, por desgracia, los finales de verdad. Cada vez que yo he tirado el bolígrafo contra el corazón de alguien y tú te has agachado sin hacer ruido a por él, sentía que no hacía falta que me lo devolvieras, que podría dejar todas las historias flotando en el aire sólo porque tú recogieras todas mis ganas de acabar sin poner un punto que lo corte por sano.

Nuestra primera canción no fue una canción en sí, sino una parada de metro a la que los dos llegamos tarde fingiendo no habernos dado cuenta. Mirándonos muy fuertemente para comprobar cuánto podríamos saber acerca de nada y de todo a la vez, y de cómo habían pintado un atardecer tan bonito en el cielo.
Nuestra primera foto no fue una foto en sí, sino el vuelo más alto del mundo. Más arriba de los gritos, o las ganas de retroceder el mundo para volverte a ver, te prometo que he visto rascacielos mucho más bajos. 

No llovió ninguna vez que nosotros sí lo hicimos, y la vez que tú te fuiste lloramos todos al mismo tiempo. Aún no sé si fue demasiado bonito o nos superó en tristeza, pero sigo oyendo la misma canción cada vez que paso por esa calle.
En ese momento ni tú ni yo sabíamos que íbamos a hacer con tantas terminaciones nerviosas en las manos, ni con tantas ganas de no decir adiós; pero poco importó que en verano tu parada estuviese antes de la mía, y que tuviese que llorar bajito para que nadie me recordase a ti.

Supongo que no todas las historias tienen que tener necesariamente un final que acabe con todo, pero sí un principio que sepa devastar ciudades para construir encima aeropuertos donde enseñar a volar. El mérito no está en quién enseña si no en quien sabe llegar alto sin usar ningún aeropuerto. 

Aunque tú no lo sepas, yo también amo más la lluvia cuando para y no revienta cristales para entrar muy dentro y fingir que solamente es aire. 

Con locura, C.

No hay comentarios :

Publicar un comentario