Todos los caminos tienen un final.

Empezaras alegre, divertido, curioso. Quizá trotes, cantes o descanses para ver las maravillosas vistas. Seguirás caminando, feliz, contenta por este nuevo rumbo. Y seguirás, pero te sentirás un poco cansada de tanta perfección. Y ves que lo que te queda por recorrer, es demasiado largo. Así  que coges un desvío. Caminas despacio, nerviosa, atenta. Y ves que ese camino es mil veces más bonito que el anterior. Estás satisfecha. Poco a poco te acercas a una selva. Llena de arboles y plantas. La luz si quiera es visible. Caminas, triste. Sales de ese asqueroso sitio y comienza a llover. Corres, no te quieres mojar. Corres, y corres, pero no paras, aunque estés muy cansada. Hasta que entras en un tranquilo laberinto. Allí dentro no llueve. Caminas hacia cualquier dirección, pues no sabes dónde estás. Estás perdida, cansada y sin ánimos. Te sientas en el suelo y comienzas a recordar. Estás ahí ya que decidiste llegar de la forma más rápida al final. Y ahora estas perdida, sin nadie. Pero piensas en el bonito camino que recorriste al principio. Te levantas, sonríes, te sacudes el polvo del pantalón y caminas de nuevo. Estás más animada, porque sabes lo que quieres, llegar al principio para no cometer los mismos errores. Corres, alegre y vas más rápido de lo que imaginas. Y sales del laberinto y ves la luz del sol. Ya lo ves todo más claro. Y a pesar de que estás herida y sin fuerzas, sigues. Y sigues. Hasta que llegas a un precioso campo verde con flores del color del arco iris. Te tumbas y dejas que el aire te cure. Cierras los ojos y recuerdas tu viaje, recuerdas y recuerdas...

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