Presente y descalificada.

Es oscura y te absorbe. Te  acaricia lentamente, mientras te susurra una canción tenue, pero escalofriante. Te grita en silencio, te vigila mientras vives. Te sonríe en la profundidad de tu ser, pesada, densa, pegajosa. Te quema. Te mece en sus brazos, cual hijo suyo fueras, cual sueño cumplido en su alma negra. Y después te suelta. Te golpeas con las duras pareces de su mundo, del cual es rey de reyes, Dios de Dioses. Flores marchitas te rodean, mientras el calor se apodera de tu cuerpo. Arrugándolo lentamente, destrozando cada uno de tus sueños. Y después, silencio. Un golpe seco en el eco de tus rincones y fin. Negrura, espesa. Negrura, amarga. Una negrura típica suya. Típica de la muerte.

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