No permanecen en el pensamiento.

Una gota cae junto a otra, posándose sobre mi piel, haciéndome sentir libre, nada me importa ya, estoy feliz, me siento libre.
Hasta siempre, mi amor.

En mi mente aparecen imágenes de 1960. De aquel accidente en el que la bella mujer perdía la memoria. Llovía, y su brazo estaba destrozado. No recordaba a su marido, ni a sus conocidas. Sabía que habían formado parte de su anterior vida, pero en su memoria no estaban. No recordaba los vestidos de tubo hechos con seda que había en su ropero, ni las tradiciones de ser la que invitaba gente a sus fiestas. No recordaba los nombres de sus habladas amigas, ni quién era esa señora que cocinaba por ella. Tampoco recordaba a qué fin su marido llevaba un maletín para ir al trabajo. Ni siquiera recordaba esas cartas que alguien escribió bajo su nombre. Esas que estaban guardadas bajo las tablillas del suelo. No recordaba quién era esa persona que respondía cada semana sus cartas escritas a mano, ni recordaba haberlas escrito ella. No era capaz de asimilar, que alguien que no fuera su marido, hubiera dividido su corazón en dos bajo las ruedas de un coche manipulado. Que un maldito choque en el tiempo, hubiera nublado su mente.
Entonces fue cuando, al ir a esa estación de tren dónde detallaban una de sus cartas, vio su sonrisa. Esa sonrisa que la hizo ver que los recuerdos, no solo permanecen en el pensamiento. Llovía, y su mente borraba los resquicios sucios del pasado.

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