Recuerdame, ¿quién soy, quién he sido?

Hacerte una cenefa en la cintura a besos.

Hace horas que apagué todas las luces y que comenzó el disco de las depresiones. Estampé el teléfono contra la pared, con todas mis fuerzas, y tiré todo lo que no fuese alcohol al fregadero. He apagado el reloj digital del salón, y he desordenado todas tus cartas por el suelo de la cocina. Todas tus catástrofes, las mías. Esas cosas que a distancia sonaban mejor, ya no existen. Hace horas que las persianas están bajadas, con furia, con fuerza, con ganas de que no se vuelvan a levantar. Todas las cortinas, arrancadas de sus cuentas, de la barra metálica. Estoy secando cada lágrima con ellas. Van ya caja y media de cigarrillos, de éxtasis pura, de desgracia amarga. He releído cada carta, cada letra, cada anotación en el margen. Cada recuerdo vacío, como aquella botella de whisky que me mira atípicamente. He dejado que el gato negro me arañe las piernas, los brazos, las entrañas  He dejado que la comida me gane, y el tiempo, y las ganas. He dejado que los libros ya no pesen, que las historias no pasen, que tus sonrisas se queden. 

Hace horas que desconecté el amplificador de la guitarra, que guardé la púa en el segundo cajón. Hace horas que no toco, que no escucho  Que no soy yo. He escondido cada cable bajo la cama, con tus zapatillas y las cajas llenas de fotos. Junto al polvo, a las cenizas y a los recuerdos que nadie jamás sabrá. Junto a los segundos que conté aquella noche, aquellos que tardabas en sonreírme a mí. Dieciséis. Dieciséis segundos. Dieciséis ciudades que nunca cooperaron en nuestra persecución. En nuestro asesinato, en nuestro crimen. La distancia fastidió la acción. La magia, la pasión. Y ya no eres tú. Ni siquiera yo soy yo.

He dejado todo a oscuras, y me he arrancado el corazón.