Distancia de seguridad.

Este texto es tuyo. Ya sabes quién eres.

Que si alguien te escribe, nunca mueres. Bienvenido a la inmortalidad, cariño.

Tengo miedo de perder. De perderte a ti, a tus defectos, a las cosas que me hacen sonreír. A esas tonterías que hacen de esto algo perfecto. Tengo miedo de que me entren dudas, de no saber que camino tomar, de dejar que todo esto acabe en un contenedor ardiendo. Y que ardamos con él. De ser una explosión química en medio de un desastre nuclear, y que nadie nos vea. Que nadie nos oiga gritar. Que nadie vea la sangre orgásmica en nuestras bocas. Que nadie sienta los detalles que oculta tu sonrisa, mi mirada, nuestra piel. 

Quiero fugarme de mi vida, colarme en la tuya. Escuchar tus solos de guitarra eléctrica, acompañarte con la clásica y perdernos. Dejar que el invierno pase, y seguir temblando. 

Vamos a formar el mayor atasco de sentimientos jamás visto en la M-40 y que le den a todos esos conductores peligrosos por mis curvas. Pisaremos el acelerador, y bajaremos todas las cuestas. Viviremos en una montaña rusa. Una defectuosa. Que se pare en la parte más alta y nos haga perder el aliento, que nos de tiempo a besarnos, y a volver a caer al vacío. A un vacío que esté a la altura justa de tus ojos. Para que me veas. Hoy y mañana. Y para verte a ti, cualquier día de estos. Quizá en pleno diluvio en medio de Madrid, quizá entre caricias sobre pieles húmedas, pero verte. Quién dice Diciembre, dice mañana. Y quién dice mañana, no dice un siempre falso.

Hablamos de distancia de seguridad, no de quinientos treinta y ocho kilómetros.