Eclipses en tus lunares.

Vimos al sol enamorarse de la luna, y como niños irracionales, jugamos a copiarlos. 
Jugamos a desafiarles.
A ser amantes ardientes y fríos, esperando el primer eclipse para vernos. Para sentirnos, quemarnos, empujarnos. Para hacer el amor sin cansarnos, y borrarnos los ombligos  Los puntos de equilibrio. Caernos, el uno por el otro. El uno hacia el otro. Y que una mirada reflejase la otra en escala de grises, dentro de un pentagrama sin margen para respirar. Para vivir. Para soñar. 
Esperábamos la primera puesta de sol, el primer amanecer para vernos. Para chocar frente con frente y guiñarnos un ojo. Acariciarnos los vértices y quedarnos pegados... por solo una décima de segundo. Para separarnos, soñando con cruzarnos horas después, y que los sentimientos no hubiesen cambiado. Que nosotros no hubiésemos cambiado. Ni ellos tampoco.
Contábamos los segundos, los instantes. Quién sabe cuántas noches dejamos atrás esperando el primer roce. La primera caricia, y el primer ronroneo. Y ser fieras, destrozarnos, hacernos sangre. Y curarnos a besos. 
Y ahora míranos. Me vendería solo por un par de instantes de aquellos en los que mirábamos por la ventana y sentíamos que éramos ellos. Ingenuos, estúpidos, soñadores. Esos en los que la noche era el mejor momento, y las mañanas eran perfectas para ver el cielo arder. Y pensar que algún día, seríamos nosotros.


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