Noventa y seis.

Botellas vacías con etiquetas a medio borrar; 96º de alcohol, 96 giros a tus caderas. Vasos rotos en apuestas y bares llenos de colillas que un día fumamos. Suelos que ni se ven, con tanto recuerdo esparcido por el suelo. Gasolina por encima, gasolina y el olor. Y las arcadas. Y vuelta al principio. Una cerilla, y de la nada, fuego. Una pequeña llama, un chispa, pero nada de esperanza. Alguien la lanza, y por un instante, el mundo sufre un infarto. Se para, no late, no respira. La cerilla en el aire, y todas nuestras fotos húmedas me miran suplicando. Suplicando que pare todo este circo; que las recoja, que las esconda en el álbum que rompimos la noche de su boda. Suplicando que recoja aquel desastre, que perfume aquel caos. Que maquille nuestros errores. Si total, no fuimos más que amantes de un atardecer de primavera. Tu foto, abre los ojos, azules, o negros, o grises, ya ni los recuerdo. Se abren y me miran. me piden que niegue todo, que me vuelva ciega, y sorda, y muda, y barra los pedazos de recuerdos que quedaron rotos. El mundo vuelve, late, respira. Y la cerilla golpea contra esa foto, que no es mía, que no es tuya. Que era de ella, de sus curvas. El mayor de tus problemas, su existencia. Y ahora eran cenizas. O al menos en aquel bar, en el que los suelos ni se veían, en el que los alcohólicos giraban tantos grados como el alcohol. En el que los alcohólicos, dejaron de beber para olvidar.

1 comentario :

  1. Hola. Este también me ha impactado, me sorprendes, por eso vuelvo siempre. Un abrazo.

    ResponderEliminar