(Des)haciendo el amor.

Queridísimo P:

Hoy te escribo con Joe Purdy de fondo. Como en los viejos tiempos. Pero esta vez no estás en mi cocina preparando el desayuno, ni viéndome saltar en la cama. No estás, simplemente. Pero a mí me gusta recordar el calor del verano antes de que llegue. 

Quería contarte que todo ha cambiado. Para bien, para mal... al final acaban siendo el mismo término. Llegué a casa, y tu olor no estaba inundando el pasillo. Pensé en sacarte del botecito de cristal, pero no lo hice. Solo me acerqué -a ti-, y apreté la tapadera aún más fuerte. No puedo dejar que te vayas otra vez. Seguí hasta la habitación, y tu voz no resonaba en mi cabeza al sentarme en el colchón. No sonaba tu respiración en mi pecho y no temblaba de la emoción con tus tildes. Quería escuchar todas las grabaciones una seguida de otra; oírte. Pero no pulsé ningún botón que no fuera del de borrar. Fue un impulso, y no estoy segura de si me arrepiento; pero... ya no tengo tu voz, y pienso cerrar tu olor con más fuerza cada día hasta que revientes.

Hacen con hoy seis meses y dos días que levantaste el muro de Berlín entre tu cuerpo y el mío. Hace ya diecisiete días que dejo de intentar destruirlo porque, la verdad, los golpes me parten antes a mí que a él. Y al principio salía rentable reventarme los nudillos, sangrarte, pero ahora para escribirte necesito más pulso del que tengo. 

Por si decides volver alguna vez, sigo guardando tus notas en una caja bajo la cama. Esas escritas con rotulador verde, que dejabas en mi almohada cuando venías a dormir y yo no estaba. A veces las coloco yo sobre la almohada, y vuelvo a entrar a la habitación horas después, y sonrío pensando que realmente has vuelto. Porque aquí cada uno decide matarse a su manera.

Y tú decidiste matarte deshaciendo el amor... 
si supieras lo bonito que es hacerlo con hombres que no son tú...

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