Acabar diciendo adiós.

Nunca recorrerás el mar por mucho que nades.

Hay un momento en que lo sientes. Sientes que no hay marcha atrás, que el silencio se apodera de tu cuerpo. Que no tienes más que decir, que gritar. Que escribir. Sientes que no tienes ninguna misión en ese camino que tomaste, y que debes tomar una decisión. ¿Té, café? Mañana olvidarás la elección de hoy. Mañana te será indiferente encerrarte en casa, o pensar que pudiste hacer lo que tú quisieras si fueras otra persona. Otra, menos tú. Sientes que quieres dejar atrás esas pesadillas que te comen las noches, que quieres olvidar todo aquello que una vez dijiste y que ha tenido influencia en tu vida de ahora. Lo sientes, y lo sabes. ¿Blanco o negro? Mañana te dará lo mismo. Habrás construido tu muro de sentimientos duros a los que nadie podrá acceder. Sabes que es el momento de decir adiós. Y lo dices. Lo dices gritando, con fuerza. Con decisión. Dejas que esa persona se marche de tu vida, con una sonrisa en tu cara y lágrimas rozándote cada centímetro de tu alma.

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