Fuiste mi.

Me dejaste a tres calles y media de perder la respiración,
de volverme loca y admitir los malditos síntomas.

Fase uno: pérdida del control sobre sus pensamientos.

Fase dos: ataques de ira, insuficiencia nutricional, falta de sueño.

Fase tres (posiblemente mortal): amor.

Me repetiste mil veces y dos, que era todo un juego de la mente,
que esta-esa-aquella no era yo. Me lo repetiste tanto,
tanto,
que me lo creí.

Fuiste mi efecto placebo.

Y que bonitas sonaban las fotos en las que te miraba
como si pudieras salvarme, de esto-eso-aquello 
que me impedía ser yo.

Mientras, te decía bajito, acariciando tus lóbulos, 
que prefería dejar de soñarte para poder verte 
y perderme de vista para compartir mis telarañas;
engañabas a mi cerebro,
a mi espalda,
a mis clavículas.
Y te daba igual.

Sabías cual era el contrario del efecto placebo.
Lo sabías mejor que nadie.
Ese que empeora los síntomas. 

También fuiste mi efecto nocebo.
O nocivo, ya ni sé.

Acabaste arrastrándome hacia la Fase tres.
Y qué triste fue,
ver que salvarme no entraba en tus planes.
Mientras me dejabas recaer, una y otra vez,
directa, partiéndome las rodillas,
hacia tus labios.

2 comentarios :

  1. Wow que entrada! me ha encantado, es perfecta, fuerte, atrevida
    ¡¡un besazo!!

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  2. *_* Y yo sigo preguntándome de dónde sacas la imaginación...: de hechos de tu vida o de simple y fuerte imaginación? P.D.: me encanta, me recuerda mucho al libro de Delirium, y, como ya sabes; para mí está llena de fuerza. ;) Un beso.

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