las radiomentiras se hacen besando

P sabía la verdad: todos morimos en un silencio. Nos roban una parte de nosotros y es precioso. P, digo -es imposible dejar de mirarle. Que nos lo roben sólo es un acto dentro de una obra que no nos toca interpretar, de la que somos espectadores. P sabía eso, y él también murió mientras yo protagonizaba mi obra.



Las primeras cincuenta páginas
hablaban del ensordecedor ruido del entubado del parque, de la potencia de un beso pasado de fecha y del almíbar que llovía en cada atardecer sobre sus ojos. Estaban escritas para que sólo una persona pudiera entenderlas, y que el resto pensara que lo había sentido rodar por su piel hasta caer al suelo y romperse en tantos trozos como había venido a explosionar. Decía que no era amor pero no dejaba de afirmar

no eres el sentimiento de mi vida, pero jamás podré ver todas las estrellas del cielo de Amsterdam de otra manera

mientras movía un penique entre sus dedos y lo lanzaba al aire: fingir que tienes suerte acaba dándotela toda. Le conocí de espaldas y estuvimos mirándonos a los ojos mucho antes de saber qué decir: lo primero que me dijo era mentira. Sin embargo, hasta ahora, muchos años después, no he encontrado una mentira tan azul y tan sucia al mismo tiempo. A partir de ahí, no dejé de publicar anuncios

mi yo poético busca un tú esencial y verdadero

donde encontrar a alguien que no supiera mi lengua -ni conociera la suya- pero estuviera interesado en aprender a querer algo que no sabe ni cómo es. Yo no lo sabía y nadie colgó un anuncio por mí. Nunca pude dejar de leer las primeras cincuenta páginas, y te aseguro que nunca me habían pitado tanto los oídos que ni siquiera pudiera dejar de oír su nombre, ni me habían temblado los párpados lo suficiente como para tener alas de mariposa brotándome de ellos. 

Le llamé la noche siguiente y el contestador era confidente y ladrón, y olía a la sal de mis lágrimas por toda la casa. Supe colgar a tiempo, antes de que alguien volviese a entrar en mi corazón sin avisar y me viese despeinada y con el café quemado sobre una encimera en la que había una foto suya. Una foto y una flor que ya se habían secado, pero seguían siendo Abril, y París, y sábanas en hoteles que nunca volveríamos a tocar.

Me dijo su nombre y era mentira, y yo, aún así, quise quedarme con lo que no era cierto y vivir colgada de su boca.

3 comentarios :

  1. ¡hola! bien podría ser esto una carta de "desamor" o de amor, o un poema en prosa, o el dolor más profundo y nuestra horrible necesidad de aferrarnos a ello y no poder soltarlo. incluso cuando solo nos llega la frecuencia de las radiomentiras. nos creemos lo que queremos creer, al fin y al cabo. me ha encantado esta entrada, sireia.
    un beso.

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  2. Escribes de una forma maravillosa.
    "Supe colgar a tiempo, antes de que alguien volviese a entrar en mi corazón sin avisar"

    un beso!

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  3. He leído las tres primeras entradas -la segunda un poco más por encima, en realidad-, los temas se parecen a otrros blogs y el estilo es curioso, tengo que detenerme más, pero en esta tercera entrada me he quedado, intrigado. Quizás es el día dee hoy, lo volveré a leer para asegurarme. Hay un tratamiento de la forma y las palabras interesante, aunque no creo que yo sepa juzgar bien esto porque en realidad no es mi clase de literatura. Aún así sigo algún blog parecido -en cuanto a temática- a éste y es curioso ver cómo se plasman los sentimientos. Me pregunto qué demonios puede tener la literatura de lenguaje universal...
    ¡Un abrazo! ^_^

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